lunes, 11 de enero de 2010

García Lorca en 2010

Público.es
Acabó 2009 sin que se pudieran encontrar los restos de Federico García Lorca en ese ya mítico barranco de Viznar. No sé que nos deparará 2010 al respecto. La esencia del caso, sin embargo, es muy simple: el muerto más famoso de la guerra civil, ese esqueleto enigmático que simboliza todo la crueldad que desencadenó el alzamiento militar de Franco, no puede permanecer en paradero desconocido. Para los amantes de las metáforas en vivo, he ahí una exquisita representación figurativa de las penurias de la llamada Ley de la Memoria Histórica, nacida sietemesina y raquítica. De una manera u otra, Spain continua siendo different. Puede que para algunos la modernidad definitiva en nuestro país esté constituida por el trazado del AVE o por el nivel de penetración de Internet. Para mí, y lo siento, tiene más que ver con la forma con que asumimos los errores y las herencias del pasado. Mientras García Lorca continúe siendo un montón de huesos enterrados en el monte, como se hubiera soterrado a un perro, no hay modernidad posible, ni dignidad, ni justicia, ni expiación.

Como en uno de sus romances, ese cuerpo insepulto vaga por las calles y nos representa a todos, y a todos nos interroga. Son sus huesos, pero son también los de tantos asesinados injustamente, los ultimados con un tiro en la nuca en un recodo del camino, los fusilados por haber permanecido leales a sus ideas, los abandonados a su suerte y a sus enfermedades en celdas insalubres, los aniquilados por el hambre, por los bombardeos, por el puro miedo. Todos ellos son Lorca y por eso hay que honrar sus restos. Simplemente.

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