jueves, 31 de diciembre de 2009

Cuántos sueños rotos, cuántas ilusiones perdidas

Hacía unos meses que ha había fallecido la abuela Dolores. Esta vez fuimos al pueblo pero no como otras veces, en fines de semanas o navidad, para estar con ella y la familia, en su casa blanca, pequeña y confortable, donde ella ha vivido toda su vida.

La abuela Dolores es una de tantas viudas vestida de negro que hay en mi pueblo, un pueblo que sigue viviendo del miedo del pasado y la tradición, como en tantos otros pueblos castigados por el pasado en Andalucía.

Esta vez la visita a su casa es distinta, sin ella.
Esta vez vamos a recoger sus pertenecías y a limpiar el polvo que ha ido dejando su ceguera y el paso del tiempo.
Entramos en su habitación llena de recuerdos, y fotos del pasado; y de su olor que impregna todo el habitáculo.
Entre sus muchas cosas; ropa, cacharros, me he fijado en una cajita de lata de una marca conocida de galletas antigua que, por el paso del tiempo, esta un poco oxidada y, en la cual guarda sus mejores tesoros, sus recuerdos de antaño.
Yo fascinado por la curiosidad, me dispongo a abrirla, sin saber que lo que había dentro de esa cajita cambiaria mi vida y conocería mejor a mis abuelos.

Siempre tenía entendido que mi abuelo José había muerto en la guerra pero no en qué circunstancias ni dónde estaba su cuerpo, ya que tanto mis padres como mi abuela me habían dado una explicación simple y escueta de su muerte y yo, por mi ignorancia, no
había insistido mucho.
Pero a partir de hoy la cosa había cambiado, ya que en aquella cajita estaba la respuesta a mis preguntas.

Al abrirla, salió de ella un aire libre que muchos años se mantuvo preso.
En su interior había varias cosas: objetos personales, unas cartas de mi abuelo dirigida a mi abuela, desde el frente de la guerra, y un periódico amarillento de noviembre de 1936 de Tierra y Libertad con un articulo en su portada “Vivir la utopía”. Al principio, sólo eran recuerdos, pero después de ese día empecé a averiguar quién fue mi abuelo.

Fueron pasando los días y yo empecé mi búsqueda sobre su memoria ahogada en el pasado, una España negra y silenciosa.
Empecé a contactar con gente que igual que yo habían perdido la memoria de sus abuelos y padres en la guerra civil española. Una guerra atroz e injustificable, golpeada por una sublevación militar fascista y apoyada por el clero católico en una cruzada contra una República elegida por el pueblo en sufragio universal y no por la fuerza de las armas.

Esta vez insistí más en las preguntas a mi madre y tíos sobre el abuelo José y su muerte; poco a poco fui dando un poco de luz a su memoria, además de la información recabada del sindicato del campo al que perteneció y su extraña muerte que figura en el registro del gobierno militar sobre los acontecimientos aquella época.

Al estallar el golpe militar del general Franco, Extremadura y Andalucía fueron pastos de la ira de los golpistas y sus fuerzas aliadas extranjeras.
Mi abuelo y otros militantes de su sindicato, a pesar de no estar muy de acuerdo en las ideas del gobierno de la República, decidieron defenderla y partieron a los pueblos cercanos para parar las líneas enemigas. De vez en cuando en los permisos, y si no estaban muy lejos, venía al pueblo a ver a sus hijos: Francisco, el mayor; José, el
mediano; y Dolores, mi madre. Ella era muy pequeña y en una ocasión, y según he leído en las cartas, se alistó a un batallón libertario, que partía a defender la capital de la República, cercada y atacada por los nacionales, que así se llamaban los golpistas.
Pero al final partieron a defender otra ciudad, y una vez allí, se enteró que su pueblo y la capital habían sido bombardeadas, por tropas italianas y alemanas.

Estaban a principio de 1937, él y otros compañeros de la provincia decidieron bajar a sus lugares de origen y ver sus familiares, pero debían de ir con mucho cuidado ya que entraban en zonas tomadas por los nacionales. Varios días estuvieron andando hasta que fueron localizados por una patrulla falangista y empezó un tiroteo entre los dos bandos, con la perdida de tres compañeros de mi abuelo y uno de los falangista (que los duplicaban en número), también habían varios heridos, entre ellos, mi abuelo en una pierna.
Al cabo de un rato se tuvieron que rendir al grupo fascista y estos, a golpes, los llevaron al pueblo mas cercano. Allí, según mis tíos, paso por varios calabozos hasta llegar a la prisión provincial a la espera de juicio militar por rebelión, -no comprenderé nunca porque se les juzgaban por rebelión, si los rebeldes eran los fascista y no el bando de mi abuelo.-

Ese juicio jamás llegó, pues una de esas noches frías de febrero, mi abuelo junto con 14 compañeros, fueron introducidos en una camioneta de los falangistas de mi pueblo y de otros pueblos cercanos. Con ansias de venganza, ya tenían preparada una zanjas, junto a una alameda, a la salida de unos de estos tres pueblecitos.
Allí están enterrados los cuerpos de mi abuelo y de sus compañeros que, en esa noche fría de febrero, unas balas asesinas les segaron la vida.

Cuántos sueños rotos, cuántas ilusiones perdidas en esa noche maldita.
Cuando supe todo esto, lo primero que hice es buscar ese sitio donde descasan los restos de mi abuelo. Allí estaban en el lugar indicado, no se parecía nada al relato de mi investigación. Jamás pensé que esa cruz de la entrada del pueblo, junto a la carretera y cerca de una venta, estaban los restos de esos 15 hombres olvidados y enterrados como perros.
Cuántas veces he pasado por aquí, cuando venía al pueblo, sin saber que ahí estaba enterrado mi abuelo.
Cuánto sufrimiento, tuvo que pasar la abuela Dolores, sabiendo dónde estaban los restos de su compañero y no poder sacarlos ni llevarlos a descansar en paz.

He sabido que hay un proyecto del ayuntamiento y de una asociación por la memoria histórica, para sacar sus huesos y llevarlos al cementerio y una vez allí colocarlos en una tumba todos juntos, colocarles una lápida con sus nombres y poder sus familiares llevarles flores y, sobre todo, que el pueblo sepa que los que allí yacen, fueron hombres libres que lucharon por una sociedad mas justa e igualitaria.

El autor con este escrito quiere hacer un homenaje a los hombres y mujeres que murieron luchando por unos ideales y una vida mejor.
Nuestro deber sacarlos de las cunetas del olvido y ser mensajeros de esas ideas por las que ellos murieron.

Los personajes son ficticios pero la historia es real, desgraciadamente, para nuestros pueblos del Estado español.

Salud y justicia para ellos

Francisco Cortés

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